Cada fin de año, de ciclo, nos invita a una reflexión sobre lo aprendido. En mi caso, este año 2022 ha sido el año donde me encontré con la muerte de muchas maneras: la muerte de Luis Eduardo un viejo amigo, el suicidio de mi socio y amigo Yank, la muerte de mi “Ñaolin” como le decía cariñosamente a Don Benja, mi gran compañero de viaje por mas de 15 años; la muerte de la empresa, la muerte de mi relación con Tomás, el otro socio, la despedida de la Tía Pat, de César, de Beatriz Heilbron, de Roberto S., Jorge Z., la renuncia a una iniciativa que concebí y puse a marchar. En 2022 fue el abrazo de Caronte, el abrazo de ese impredecible viejo gruñón que transporta a las almas por las aguas de Hades. Todo cambió de estación mientras Caronte en su barca navegaba sin cesar acompañando a mis seres queridos e iniciativas a otro plano. En el 2022 comprendí que por mas fuertes que sean los embates, ellos no deben jamás perturbar el sentido de tu existencia, y si no las conocemos cada encuentro con Caronte nos permite pasar por el cedazo todo aquello que tiene o carece de sentido. Lloramos, nos dolemos, decimos adiós, nos da rabia, a veces ni somos capaces de asimilar la película que transcurre en 3D frente a nuestros ojos. Al final somos nosotros metidos en ese mismo río, en el que Caronte navega con su hermosa embarcación. No podemos explicar la sensación de desorientación y ahogo que nos genera despedirse y, abrazar la transformación y el cambio.
Hay pasajes de ese río que son calmos y otros, por el
contrario, que son estrechos con corrientes impetuosas, su paisaje está hecho
de piedras que sobresalen, y el agua conquista las cúspides de cada una de
ellas sin permiso ni decencia. En los pasajes calmos se puede flotar, nadar si
se quiere, pero, en los rápidos, la sensación de peligro, de fragilidad y
vulnerabilidad está a la orden del día. Yo descubrí que tenía dos opciones para
navegar estos pasajes cuya velocidad casi que ni te deja pensar, y es resistirme
a la corriente y tratar de aferrarme a como diera lugar a algo que me
sostuviera momentáneamente, o simplemente sumergirme en las profundidades, y convertirme
en un alga, en una piedra, o en un pez que se alimenta, que juega y que se aprovecha
de la corriente para vivir. En otras palabras, mientras Caronte con pericia
navega el río, yo desciendo a sus profundidades a encontrar la serenidad que no
está en la superficie, es adaptarme a ese río, es dejarme llevar. En la profundidad
la corriente te transporta y te sientes sin gravedad, todo se mueve lento, te
sueltas y disfrutas, cual tortuga marina que con garbo aletea y se desliza sin
afanes ni preocupaciones.
Cada cambio, cada despedida, cada desencuentro, cada muerte,
cada dolor es un mensajero, cual Caronte con su propia barca. Son maestros y
nos dan instrucciones precisas para reconducir, y navegar el pasaje del río que
estemos atravesando. No nos tiran al agua sin darnos la información y las
herramientas para sobrellevarlos.
Yo me siento transformada. Yo me siento con más ganas de ser.
Yo me siento muy afortunada de haber contado con maestros tan grandes para
aprender de la vida, del perdón, de la lealtad, de la valentía, del amor. Ellos
prendieron unas antorchas y me hicieron ver lo imperativo de ese viaje interior,
allí adentro en esa oscuridad aparente sus mensajes resuenan como canciones, su
ejemplo es un recorderis permanente de la fugacidad de esta vida, y que lo
importante no es aquello que conseguimos, si no aquello que damos. Estar de
frente a la muerte nos desnuda y nos invita a abrazar nuestra vulnerabilidad y
nuestro presente como un indiscutible milagro.
Que en estas navidades nos comprometamos a sumergirnos en
nuestro interior, a pesar del ruido y la pereza, y agradezcamos con toda
nuestra alma por cada cosa que nos sucede sin pedir ni merecer, por los aprendizajes,
por lo seres que siempre estarán a pesar de su partida, por el dolor, por la enfermedad,
por las dificultades económicas, por la incertidumbre, por la soledad, por los
problemas, por nuestras propias debilidades. En fin, por todo aquello que nos
reta, por todo aquello que tenemos, por todos y cada uno de los seres que nos
acompañan en este caminar.
Yo hoy doy las gracias por cada uno de ustedes. Y espero que la luz del amor se encienda en
cada uno de sus corazones, y nunca, nunca, se apague.
¡Feliz Navidad!
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