sábado, 3 de septiembre de 2022

Al buen entendedor....

Sin ton ni son, voy dando pasos en medio de una carretera destapada rodeada por árboles que, desde su demarcado lugar en el mundo, nos acompañan a cuantos deambulamos por sus alrededores. Marcan mi ritmo el sonido de mis pasos, y tal vez mi corazón alza la mano.  Y digo tal vez, porque a veces le sigo y a veces me sigue. Los pinos bailan mientras yo me muevo, su torso se ondea con una flexibilidad envidiable. Y si en esa calma que solo da el contacto con esos majestuosos bailarines. Hay algo que simplemente deja de serte para serles, y ellos en esa grandeza, se vuelven diminutos para llenar de música y aroma ese pequeño espacio que habita en nuestros cuerpos, que no tiene forma, y al fin de cuenta no tiene límite. Que su pequeña inmensidad es insondable. Ellos dejan de ser y tú te vuelves ellos.

Y en la vida pasa, que, cuando uno menos piensa, esa travesía se estropea. Toca parar. Un auto rojo, como diría Vilma Palma e Vampiros, con aura de grandeza, rugiendo sus motores para llamar la atención del universo entero, pasa raudo y veloz, y te deja encunetado. Su chofer un inexperto jinete cree que la razón de ser es demostrar su poderío con la vana carcaza de su carro, y el rugir ensordecedor de sus motores. La polvareda se levanta, no tengo mas opción que detenerme, toser porque me cuesta trabajo respirar, quitar con mis brazos todo ese humo que no me deja ver. Trato de fijar en la distancia un lugar para referenciarme, y a lo lejos, más allá de esa nube atisbo algo que me da tranquilidad. La carretera sigue, hay una curva, no muy pronunciada, por cierto, y en las inmediaciones, vacas pastando aturdidas por el bólido rojo que atentó contra su serenidad. Impávidas están de tal barahúnda. Y sí, mientras las vacas se reponen de tal vil espectáculo, no tenemos más opción que incorporarnos, de pie ya, recobrar el aliento, limpiarnos los ojos, y quitarnos el polvo de nuestras palmas de las manos, y de la marca que nos queda en nuestras rodillas tras el raspón monumental. A ese jinete sin caballo, que nos irrespeta y nos deja comiendo polvo, hay que dejarlo pasar. Reconocer su ignorancia y perdonarle el irrespeto.

Al principio, cuando nos vemos cual cuadrúpedos en la cuneta, nos viene una rabia, que lo único que se nos ocurre es gritarle a ese inconsciente porque casi nos mata. A él no le importó atentar contra tu integridad física y moral. Tú te sentiste vulnerado, pero que mas da, tocó comer polvo. Y ese paseo acompasado se convierte en una pesadilla. El ego, la humillación, la rabia. Pero después cuando el ruido del motor se desvanece y, el jinete sin caballo deja de verte con el retrovisor, la tristeza toma la batuta, y nos muestra cómo ese ser le está siguiendo los pasos a Narciso y su inevitable destino de ahogarse deslumbrado por su propia imagen.

Los pinos siguen estando allí, el corazón sigue latiendo, la carretera no se desapareció, las vacas mugen, el polvo se limpia, los raspones sanarán algún día, y yo aún puedo moverme, puedo sin dolor dar un paso más. Tengo que esforzarme por aprender de la encunetada, pero una vez más, debo retomar mi paseo a sabiendas que puedo volver a tener un encuentro cercano con un adolescente embelesado por la falsa plenitud que el mundo y sus juguetes pueden dar. Ahora debo caminar más cauta. Disfrutando igual. Ahora sé que estos jinetes no quieren darse cuenta lo que dejan en la verja, lo único que les importa es el poderío que demuestran. Y a mí por el contrario me embelesa la belleza que me circunda. No soy infalible. Pero en este trasegar tengo la certeza que el jinete está ensordecido por el ruido que le acompaña, y ni si quiera me escuchó gritándole de la impotencia. Puede que una curva se lo coma, por la velocidad en la que va, o puede que no. Ya no importa. Yo seguiré a pico monto dando mis pasos, sin más pretensión que la de ser y aprender de cada etapa del camino. En esta etapa aprendí que la ignorancia es mala consejera. Que el ruido es mal consejero. Que mis intereses son diametralmente opuestos a los del jinete.  Y que siempre, podemos pararnos golpeados, y amar, aunque sea magullado a ese ignorante que te atropelló, y te recordó con más fuerza que nunca, que el camino es ser, es dejar de ser, es amar siendo, es sembrar sin esperar cosechar, es perdonar.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario