sábado, 20 de agosto de 2022

Dolce Far Niente

La superación humana siempre será motivo, para mí, de asombro. Oía en CNN hace unos días un reporte de Clarissa Ward (“Chief International Correspondent”) donde relataba cómo un año después de la toma de Afganistán por parte de los talibanes, las mujeres afganas desafiaban el régimen saliendo a la calle sin cubrirse el rostro, otras más jóvenes se resistían a no estudiar para lo cual improvisaban aulas a escondidas y encuentros clandestinos para no despreciar al inolvidable Baldor, otras caminaban diariamente 3 horas hasta el centro de Kabul para acceder a tres panes regalados por una ONG, para así poder tener la ración de alimento diario para sus tres hijos. ¡Es increíble seis horas de caminata por tres panes (medio pan per cápita)! ¡Dios!  

La valentía de esas mujeres se compara con la de Egan Bernal, que a pesar de desportillarse a 60 km/h contra un carro, y haber estado al borde de la muerte y si no al borde de una discapacidad permanente, se levantó de su lecho de enfermo, y batalló contras sus heridas y dolores, contra su trauma, y se sentó de nuevo en el sillín y pedaleó literalmente hasta el cansancio. Hoy vuelve a competir. Es un milagro dicen algunos. Y él escribe en su Instagram “No sabemos lo que somos hasta que vemos lo que podemos hacer”. Y para qué irnos a Afganistán o a Boyacá si en la familia hay seres dignos de admiración. Mi tía Patri batalla cual Rey Arturo, con su corazón valiente, combatiendo los efectos colaterales de su trasplante de médula. 


¿Y qué hay en nosotros mismos de esos seres que admiramos por su coraje? Pues, si uno se pone a mirar, la vida se encarga de mantenernos entretenidos y sacarnos permanentemente la casta. La mía ha estado requete entretenida: el suicidio de un socio, la muerte de Benja mi gatito quien me acompañó por 15 años, decisiones de cambio laboral. En fin, de todo como en botica. Durante el último mes viajé a Barranquilla a compartir con la tribu. Como buena mamífera me fui a dejarme abrazar por la manada. Y así fue. Allá escuché a mi papá aprender italiano, y vi a mi mamá atender pacientemente a mi abuela nonagenaria. Y sí, en Barranquilla, descubrí la filosofía italiana de no hacer nada “dolce far niente”. Nosotros acostumbrados a estar imbuidos en torrentes de actividades, parar tiene una dulzura inigualable. No solo porque nos permite pensar, no pensar, sentir, dejar ir, aceptar, comprender, abrazar, hacer sin hacer, ¡cambiar! En esa quietud, también actuamos, también nos enfrentamos a nuestros retos.  


Si no que lo diga mi profe de cello, quien vio como mi proceso pedagógico se debía suspender por los avatares de la vida.  Después de un mes regresé a clase. Quien en sus palabras en nuestra primera clase después de este largo receso dice: “¡Me cambiaron a la alumna!” El cello sonaba diferente, más duro, más bonito, más afinado. ¿Cómo se podía explicar esto si yo no había tocado una sola nota mientras estaba en Barranquilla? Además de la consabida maduración neuronal, en mi temporada en la Arenosa, no hacía más que recordar la irreverencia, el coraje, la seguridad de mis compañeritos del semillero de la orquesta. Ellos se sentaban en el instrumento sin complejos e inseguridades, lo desafiaban. En resumen, la dulzura de no hacer nada me llevó a comprender que debía aprender de mis pequeños gigantes. Disponerme a aprender como niña. A disfrutar como niña. Algunos días antes de la muerte de Benja, la profe me había dicho que no podría tocar el celllo, si no me descaraba, si no me sentía capaz de dominarlo. Y así en la quietud aprendí del descaro de los niños, de su desparpajo para pensar que son non plus ultra y en consecuencia actuar como tal.  


Egan tiene razón en que descubrimos quiénes somos por nuestros actos. Las mujeres afganas afirman en estas entrevistas que son conscientes de su peligro, pero que también son conscientes que el poder no lo tiene el régimen militar, si no que está en ellas. No hay una ideología que pueda combatir esta determinación. Él se descubrió no sólo ascendiendo al AlpHuez, mítica etapa del Tour de Francia, sino también al tenerse que enfrentar a los dolores, a la limitación de movilidad, a la fisioterapia, al pedaleo mientras aún caminaba con bastón.  Mi tía lucha sin descanso por la vida, por sus pinceles y pinturas. Y yo, cada día me levanto a descubrir la música de cada capítulo de mi vida, la que hay en mí, la que hay en todo lo que me rodea.  


Cada uno de nosotros tenemos pruebas que superar, no nos dejemos vencer por los problemas, seamos coherentes con nosotros mismos, y no tiremos la toalla. Aprendamos de esos héroes desconocidos, que no buscan figuración alguna, si no que hacen sin vacilación lo que los motiva. Rompamos a pedazos las imágenes ilusorias que habitan en nuestra mente y nos coartan. Que sean nuestras acciones ese batazo que dispare un home run y deshaga por la magia del atreverse, la creencia de no poder ser imparable. ¡Siempre con humildad claro está! Tenemos en nuestras manos la oportunidad de reedificar y reconducir nuestros destinos. Que no sean nuestros actos apología al egoísmo, la ambición y a la doble moral. ¡No nos confundamos!  Por el contrario, que sean ellos muestras de compasión y humildad. No nos tenemos que comparar con nadie. Trabajemos por ser una mejor versión. No nos demos por vencidos, y enfrentemos los grandes desafíos de la vida con alegría y aceptación. Abracemos la despedida de aquel que somos y no nos deja ser, y demos la bienvenida, a la expresión de aquello que ignoramos que somos, que nos trasciende, que intuimos que somos, que nos busca sin cesar y al cual nosotros rehuimos agazapados.  

 

“El viaje de mil millas comienza con un sólo paso.”  

Lao Tzé 

3 comentarios:

  1. devi sempre lottare per avere successo

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  2. Excelente invitación Caro, muchas gracias; cada día hay que redescubrirse, hay que encontrar en cada uno, nuevas y mejores posibilidades de ser y estar; oportunidades para pulir las aristas que se van atrancando en el maravilloso camino de vivir.

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