Sin ton ni son, voy dando pasos en medio de una carretera destapada rodeada por árboles que, desde su demarcado lugar en el mundo, nos acompañan a cuantos deambulamos por sus alrededores. Marcan mi ritmo el sonido de mis pasos, y tal vez mi corazón alza la mano. Y digo tal vez, porque a veces le sigo y a veces me sigue. Los pinos bailan mientras yo me muevo, su torso se ondea con una flexibilidad envidiable. Y si en esa calma que solo da el contacto con esos majestuosos bailarines. Hay algo que simplemente deja de serte para serles, y ellos en esa grandeza, se vuelven diminutos para llenar de música y aroma ese pequeño espacio que habita en nuestros cuerpos, que no tiene forma, y al fin de cuenta no tiene límite. Que su pequeña inmensidad es insondable. Ellos dejan de ser y tú te vuelves ellos.
Y en la vida pasa, que, cuando uno menos piensa, esa travesía
se estropea. Toca parar. Un auto rojo, como diría Vilma Palma e Vampiros, con aura
de grandeza, rugiendo sus motores para llamar la atención del universo entero,
pasa raudo y veloz, y te deja encunetado. Su chofer un inexperto jinete cree que
la razón de ser es demostrar su poderío con la vana carcaza de su carro, y el
rugir ensordecedor de sus motores. La polvareda se levanta, no tengo mas opción
que detenerme, toser porque me cuesta trabajo respirar, quitar con mis brazos
todo ese humo que no me deja ver. Trato de fijar en la distancia un lugar para
referenciarme, y a lo lejos, más allá de esa nube atisbo algo que me da tranquilidad.
La carretera sigue, hay una curva, no muy pronunciada, por cierto, y en las
inmediaciones, vacas pastando aturdidas por el bólido rojo que atentó contra su
serenidad. Impávidas están de tal barahúnda. Y sí, mientras las vacas se reponen
de tal vil espectáculo, no tenemos más opción que incorporarnos, de pie ya,
recobrar el aliento, limpiarnos los ojos, y quitarnos el polvo de nuestras palmas
de las manos, y de la marca que nos queda en nuestras rodillas tras el raspón monumental.
A ese jinete sin caballo, que nos irrespeta y nos deja comiendo polvo, hay que
dejarlo pasar. Reconocer su ignorancia y perdonarle el irrespeto.
Al principio, cuando nos vemos cual cuadrúpedos en la cuneta, nos viene una rabia, que lo único que se nos ocurre es gritarle a ese inconsciente
porque casi nos mata. A él no le importó atentar contra tu integridad física y
moral. Tú te sentiste vulnerado, pero que mas da, tocó comer polvo. Y ese paseo
acompasado se convierte en una pesadilla. El ego, la humillación, la rabia. Pero
después cuando el ruido del motor se desvanece y, el jinete sin caballo deja de
verte con el retrovisor, la tristeza toma la batuta, y nos muestra cómo ese ser
le está siguiendo los pasos a Narciso y su inevitable destino de ahogarse deslumbrado
por su propia imagen.
Los pinos siguen estando allí, el corazón sigue latiendo, la
carretera no se desapareció, las vacas mugen, el polvo se limpia, los raspones
sanarán algún día, y yo aún puedo moverme, puedo sin dolor dar un paso más.
Tengo que esforzarme por aprender de la encunetada, pero una vez más, debo retomar
mi paseo a sabiendas que puedo volver a tener un encuentro cercano con un adolescente
embelesado por la falsa plenitud que el mundo y sus juguetes pueden dar. Ahora
debo caminar más cauta. Disfrutando igual. Ahora sé que estos jinetes no
quieren darse cuenta lo que dejan en la verja, lo único que les importa es el
poderío que demuestran. Y a mí por el contrario me embelesa la belleza que me circunda.
No soy infalible. Pero en este trasegar tengo la certeza que el jinete está
ensordecido por el ruido que le acompaña, y ni si quiera me escuchó gritándole de
la impotencia. Puede que una curva se lo coma, por la velocidad en la que va, o
puede que no. Ya no importa. Yo seguiré a pico monto dando mis pasos, sin más
pretensión que la de ser y aprender de cada etapa del camino. En esta etapa
aprendí que la ignorancia es mala consejera. Que el ruido es mal consejero. Que
mis intereses son diametralmente opuestos a los del jinete. Y que siempre, podemos pararnos golpeados, y amar,
aunque sea magullado a ese ignorante que te atropelló, y te recordó con más
fuerza que nunca, que el camino es ser, es dejar de ser, es amar siendo, es
sembrar sin esperar cosechar, es perdonar.