Las voces de los instrumentos en una orquesta en algunos pasajes se contraponen, en otros, llevan el mismo ritmo. Es una conversación permanente, donde el tiempo da la entrada a cada expresión, donde cada intérprete se funde con su instrumento para emitir, desde su corazón, más allá de la nota correcta, la sensación perfecta. El instrumento es una extensión del cuerpo, la voz silente del intérprete se hace movimiento, es energía que se hace armonía. Es una oración que respeta la de los demás. Es un baile que se eleva en el torrente del mensaje plagado de silencios, de corcheas y redondas. Es un diálogo que une a varias almas aspirando a la belleza personificada en sonido. Es una búsqueda por entrar tanto en sí mismo, en el presente, donde la individualidad se diluye para fusionarse en un alma colectiva, donde la concentración plena abre paso al frescor del sentirse frente al mar, o deambulando en la noche viendo las estrellas, o hasta sentir la presencia del amado. La música es el misterio que nos une, que hace que nuestros cuerpos se muevan, que nuestra mente se aquiete y se adentre en ella, para recordarnos la insondable felicidad que nos habita, pero que tanto olvidamos.
Es así como esta semana tuve el inmenso
privilegio por primera vez en mi vida de sentirme parte de una orquesta estudiantil
de cuerdas frotadas. Para mi fue como subir al mismísimo Everest. Como toda
aprendiz me senté en la silla sin saber como era que funcionaba, como se
esculpía la magia del sonido. Era aterrorizante y a la vez emocionante. He de
confesarles que cuando escuché por primera vez el sonido conjunto de todos los
instrumentos, me paralicé de lo que me impactó lo que sentí. Fue sobrecogedor. Entendí
que esa magia es fruto de interminables horas de trabajo, por comprender la
tarea que te corresponde, por vencer las dificultades técnicas, pero sobre todo
es fruto de que cada persona se supere a si misma, a su mente que le limita y le
hace creer que no es capaz. Asistir a una
orquesta es ir a una escuela de trabajo en equipo, es una escuela de “mindfulness”,
es una escuela de empoderamiento, de seguridad, es una escuela de enfrentarse
al miedo a la equivocación. Me di cuenta de que es ese proceso individual quien
aviva el fuego de la persistencia. El resultado de todo este proceso no es sólo
la música que el asistente al evento escucha. Es la música misma quien edifica
en cada una de las personas que la busca, un camino solitario y silente, para crecer,
para abrirse a la intuición, para dejar de ser y convertirse en lo mismo que se
busca, en música. Dejar de ser estáticos a ser dinámicos. Dejar de ser inmóviles a ser móviles. Dejar de
ocultarse detrás de palabras o prejuicios para desnudar su alma del todo, sin
excusas. Dejar ser densos a ser sutiles.
Esta aventura me ha recordado la importancia
de respetar el tiempo que vivimos, porque cada tiempo tiene una razón de ser. Si
nos aceleramos, no escucharemos al otro, romperemos toda comprensión, todo diálogo,
toda construcción común. A veces los mensajes llegan de manera directa por la
voz de un amigo, a veces nos llegan enmascarados en enfermedades, en pérdidas
de seres queridos, y por qué no hasta cuando caminamos o sembramos una plantita.
La osadía de actuar aún cuando tengamos miedo de perder, de equivocarnos, de dolernos
o de morirnos es lo que hace un buen director de orquesta, es hacer respetar la
fluidez de ese coloquio, es componer la eternidad de esas notas en los
corazones de quienes se abren a ellas. Escuchemos al otro, escuchémonos. Y aprovechémonos
cada hora del día para vislumbrar que, así como Dios habita en la música, ese espíritu
divino habita en nosotros. Hagamos de nuestras vidas una gran composición, esmerémonos
por que ésta sea fiel a nuestro ser, a nuestras aspiraciones profundas y
trascendentes. Y no sólo creemos la partitura fiel a nuestra composición. Sino que,
en coherencia, seamos los intérpretes de esa composición. Y no olvidemos jamás,
a aspirar ser música, y a ser música aspirándola.
Qué hermoso texto, me llevó a escuchar la melodía completa; maravillosa invitación a sentirme música, a vivirme en la música y a dejar que sea mi música interior, quien me invite a danzar a su ritmo. Bravo, bravísimo.
ResponderEliminarDe lo más bello que he leído. Transformador, Caro. Gracias.
ResponderEliminarHagamos de nuestra vida una gran composición. Me encantó.
ResponderEliminarCaro Me Fascinó!! Qué linda y clara descripción nos hiciste. Cada vez me gustan más tus escritos.
ResponderEliminarEl unknown es Martha Gómez
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