domingo, 20 de marzo de 2022

Aletheia

Escucho a los analistas políticos decir que la razón de ser de la guerra de Ucrania es por el miedo que tiene Putin, líder de un régimen autoritario, de la occidentalización de su vecino.  Putin a su vez afirma vehemente que Ucrania es un régimen neonazi. Se le olvida el pequeñito detalle a Mr. Putin que, Zelensky, el presidente de Ucrania es judío. Los noticieros buscan explicaciones para su locura y ahora dicen que tiene una enfermedad neurodegenerativa y que no tiene tiempo que perder. Por otro lado, Zelensky exhorta al presidente de los Estados Unidos a que se convierta en el líder del mundo, y la manera de hacerlo es convirtiéndose en el adalid de la paz. ¿Cómo lo propone? Ayudándole a defender sus fronteras, su territorio, y a ayudar a que la barbarie cese.  Es decir, incorporándose en la guerra. Ucrania se desangra, se destruye, llora, tiene hambre, tiene miedo, se siente abandonada por el mundo occidental por el cual tanto apostó.

Tantas contradicciones y cuántos debates éticos. Estados Unidos afirma a todas luces que se abstiene de participar por prevenir una tercera guerra mundial, pero aporta armas y dinero. Europa tibia depende del petróleo y el gas natural de Rusia. Tan sólo ahora después de casi un mes de crueldad empieza a debatir una posible incorporación de Ucrania a la Unión Europea, movimiento que responde a unas afirmaciones de Zelensky donde daba por perdida esa posibilidad. Los líderes religiosos exacerbando la discordia contraria a su mandato de unión, compasión y amor. Los rusos de a pie sufriendo también por el orate que tienen de autócrata, porque sienten que los impuestos que pagan están siendo utilizados para matar a su vecino y pariente. Además, viéndoseles cercenada la libertad de acceso a la información y a la libertad de expresión. Hoy ya ni si quiera pueden comerse una hamburguesa de McDonalds que fue símbolo del fin de la guerra fría y acceso a las comodidades a las que adolecían. Las madres de los soldados no conocen sus paraderos, y Putin afirma darles compensación económicas por ser héroes. ¿Vida vs. Dinero?

Sufrimos y peleamos por el poder, por unas fronteras imaginarias delineadas por el hombre, para el hombre y por el hombre. ¿O acaso un lobo estepario que sale de Siberia a darse un paseíto le piden pasaporte para pasar a Ucrania, a China o a Kazajistán?

¿Y nosotros a qué jugamos? La humanidad está desorientada, está anestesiada. Por un lado, nos encanta ver las noticias, nos encanta vociferar en contra de las atrocidades y de la inoperancia de la justicia global por juzgar a Putin como un criminal de lesa humanidad. Pero olvidamos la compasión, olvidamos que mientras nos comemos un plato de almuerzo, al otro lado del mundo hay alguien en un resguardo sin luz, oyendo bombas, sin comida y angustiado por sus seres queridos, por su propio devenir. ¿y qué hacemos? ¿Al menos una oración? ¿Cuántos de nosotros hemos ayudado a las víctimas? No Caro, es que está muy lejos y no sé cómo hacer. ¿En serio? Querer es poder. No queremos. Pero al mismo tiempo nos decimos a cada uno de nosotros que somos personas buenas. Las contradicciones que vemos afuera existen en nosotros mismos. ¿Vamos a dejar que persistan?

El miedo es la leña que aviva el fuego de guerras, de crímenes execrables, de hechos inenarrables. El miedo es el que hace que nos acoracemos detrás de imágenes inexistentes de nosotros. El miedo nos paraliza. El miedo nos hace reaccionar violentamente. El miedo nos hace agredir. El miedo nos hace mirar la mirada hacia afuera y no hacía nosotros mismos. El miedo nos convierte en lo que no somos.  El miedo “petri-fica”.

 

Es el momento para desocultar nuestro ser, de acercarnos a la verdad dejando atrás los velos que no nos dejan conocer las cosas tal cual son. Aristóteles le llamaba a esto aletheia. Su etimología a (sin) letheia (ocultamiento). 

Evitemos guerras, confrontaciones, evitemos dejar de vivir y tan solo existir, por nuestros miedos y contradicciones. No nos ocultemos detrás de ellos. Y busquemos con nuestras acciones plagadas de osadía y compasión, un cambio. Una desnudez sin velo, una entrega sin ruego, una búsqueda sin ego, un amor labriego.

sábado, 5 de marzo de 2022

COLOQUIO

 Las voces de los instrumentos en una orquesta en algunos pasajes se contraponen, en otros, llevan el mismo ritmo. Es una conversación permanente, donde el tiempo da la entrada a cada expresión, donde cada intérprete se funde con su instrumento para emitir, desde su corazón, más allá de la nota correcta, la sensación perfecta.  El instrumento es una extensión del cuerpo, la voz silente del intérprete se hace movimiento, es energía que se hace armonía. Es una oración que respeta la de los demás. Es un baile que se eleva en el torrente del mensaje plagado de silencios, de corcheas y redondas. Es un diálogo que une a varias almas aspirando a la belleza personificada en sonido. Es una búsqueda por entrar tanto en sí mismo, en el presente, donde la individualidad se diluye para fusionarse en un alma colectiva, donde la concentración plena abre paso al frescor del sentirse frente al mar, o deambulando en la noche viendo las estrellas, o hasta sentir la presencia del amado. La música es el misterio que nos une, que hace que nuestros cuerpos se muevan, que nuestra mente se aquiete y se adentre en ella, para recordarnos la insondable felicidad que nos habita, pero que tanto olvidamos.

Es así como esta semana tuve el inmenso privilegio por primera vez en mi vida de sentirme parte de una orquesta estudiantil de cuerdas frotadas. Para mi fue como subir al mismísimo Everest. Como toda aprendiz me senté en la silla sin saber como era que funcionaba, como se esculpía la magia del sonido. Era aterrorizante y a la vez emocionante. He de confesarles que cuando escuché por primera vez el sonido conjunto de todos los instrumentos, me paralicé de lo que me impactó lo que sentí. Fue sobrecogedor. Entendí que esa magia es fruto de interminables horas de trabajo, por comprender la tarea que te corresponde, por vencer las dificultades técnicas, pero sobre todo es fruto de que cada persona se supere a si misma, a su mente que le limita y le hace creer que no es capaz.  Asistir a una orquesta es ir a una escuela de trabajo en equipo, es una escuela de “mindfulness”, es una escuela de empoderamiento, de seguridad, es una escuela de enfrentarse al miedo a la equivocación. Me di cuenta de que es ese proceso individual quien aviva el fuego de la persistencia. El resultado de todo este proceso no es sólo la música que el asistente al evento escucha. Es la música misma quien edifica en cada una de las personas que la busca, un camino solitario y silente, para crecer, para abrirse a la intuición, para dejar de ser y convertirse en lo mismo que se busca, en música. Dejar de ser estáticos a ser dinámicos.  Dejar de ser inmóviles a ser móviles. Dejar de ocultarse detrás de palabras o prejuicios para desnudar su alma del todo, sin excusas. Dejar ser densos a ser sutiles.

Esta aventura me ha recordado la importancia de respetar el tiempo que vivimos, porque cada tiempo tiene una razón de ser. Si nos aceleramos, no escucharemos al otro, romperemos toda comprensión, todo diálogo, toda construcción común. A veces los mensajes llegan de manera directa por la voz de un amigo, a veces nos llegan enmascarados en enfermedades, en pérdidas de seres queridos, y por qué no hasta cuando caminamos o sembramos una plantita. La osadía de actuar aún cuando tengamos miedo de perder, de equivocarnos, de dolernos o de morirnos es lo que hace un buen director de orquesta, es hacer respetar la fluidez de ese coloquio, es componer la eternidad de esas notas en los corazones de quienes se abren a ellas. Escuchemos al otro, escuchémonos. Y aprovechémonos cada hora del día para vislumbrar que, así como Dios habita en la música, ese espíritu divino habita en nosotros. Hagamos de nuestras vidas una gran composición, esmerémonos por que ésta sea fiel a nuestro ser, a nuestras aspiraciones profundas y trascendentes. Y no sólo creemos la partitura fiel a nuestra composición. Sino que, en coherencia, seamos los intérpretes de esa composición. Y no olvidemos jamás, a aspirar ser música, y a ser música aspirándola.