¿Ustedes sabían que el jorobado que
menciona Víctor Hugo en su novela "Nuestra Señora de París" que,
luego inspiró la película de Disney: El Jorobado de Notredame, verdaderamente
existió? Monsieur Trajin, conocido como "Monsieur Le Bossu" (el señor
jorobado) fue un escultor que le fue encomendada la labor de liderar las
cuadrillas que restaurarían las esculturas destruidas de la fachada de la
Catedral del Notredame, luego de la muerte de Luis XVI. Lo curioso es que el
pueblo en la revolución francesa confundió personajes del Antiguo Testamento
con monarcas franceses del pasado y las arrancaron y las destruyeron sin
misericordia. Lo que se sabe de Monsieur Le Bossu es que no se mezclaba con
otros talladores, era un hombre solitario. Yo me lo imagino con sus cinceles
trabajando sin descanso en sus esculturas, preguntándose incesantemente, en la
naturaleza divina de ese personaje bíblico que en sus manos quedaría
representado para la eternidad. A pesar de su deformidad alzaba su mirada del
piso a su obra, y de sus manos se transformaba el mármol inánime en arte, en
belleza, en suavidad, en un ser casi mitológico.
Mientras el jorobado esculpía en
solitario, los bailarines se deslizaban sobre los escenarios de madera en una
conversación inaudible. La música los invitaba a expresar en movimiento. Sus
cuerpos esbeltos y agraciados se movían con delicadeza y control. Hubo un
silencio en la música, y ellos se detienen, erguidos se miran el uno al otro
con sus cuellos estirados, su barbilla mirando al infinito, y sus brazos
estirados con su dedo índice señalándose el uno al otro. Ya sienten que empieza
de nuevo la danza. Y ellos se sumergen en esa apertura, en la confianza que el
otro es una extensión suya, es el preludio del contacto, de la unión. Y
se da el primer paso, se acercan se toman de la mano, y dan ese giro en el
aire. La gravedad es inexistente ante la expresión del cuerpo humano gimiendo
libertad. El cuerpo expresando el caudal de esa música que llevamos
dentro.
Es así como a cada uno de nosotros
hemos tenido una experiencia vital única. Unos nos parecemos más al jorobado
que otros. Mi mamá cuando estaba adolescente me decía "¡Enderézate!".
Imagínense la joroba que construí. Yo miraba para el suelo y no miraba al
infinito, yo no comprendía en ese entonces, que podía caminar abriendo el
corazón a los demás, si no por el contrario, agobiada por mis contradicciones
me interné en mi mundo, buscando ese sentido que resultaba escurridizo.
Esa fue la forma que yo encontré para comprender mi unicidad. Toda una Madame
Bossu venciendo sus inseguridades y miedos. No siendo eso suficiente, decidí
salir de mi aislamiento y me dediqué a viajar y a buscar afuera lo que tenía
adentro. Entonces me
fui al otro extremo.
El viaje es el movimiento hacia el
equilibrio. El más difícil de hallar. La balanza a veces se nos devuelve y el
esfuerzo es el triple. Todos los días luchamos con nuestra mente que nos da
mensajes encontrados y nos invita a abandonar la búsqueda. Independiente de
nuestras historias, experiencias, tristezas o culpas, cada uno de nosotros debe
ir detrás de conocerse a si mismo, para poder así dejar atrás todo aquello que
nos ralentiza, que nos detiene, que hace que perdamos la orientación. La
danza de esta vida se compone de tomar consciencia y comprender que somos los
escultores de nuestro viaje. Podemos optar por soltar todo y dejarnos llevar
por lo que nos dice el corazón, y hacer caso omiso del monólogo que se
reproduce sin parar en nuestro interior. Podemos decidir cambiar nuestra
postura, decidir dejar de mirar al piso y por el contrario, levantar nuestra
mirada hacia el infinito, hacia la profundidad que escondemos, y que es
necesario que vea la luz del sol. Dancemos en la aceptación de nuestras
vidas, y démonos el permiso de ser lo que somos, con la desnudez propia que
enfrenta el artista en su proceso creativo. Amemos las enseñanzas de las
jorobas, y abracemos con la alegría la nueva postura con la que enfrentemos la
vida. Ya Madame Bossu queda en el pasado, hoy miro este día como un regalo
milagroso que me permite abrir mi corazón a fluir, como una buena bailarina al
son de la melodía que solo yo escucho, pero que me permite levantar mi brazo, y
dar ese giro en el aire. El desafío es vivir el amor, trabajar incansablemente,
y aspirar a la libertad de ser nuestras propias obras de arte.