lunes, 6 de diciembre de 2021

El jorobado danzante

¿Ustedes sabían que el jorobado que menciona Víctor Hugo en su novela "Nuestra Señora de París" que, luego inspiró la película de Disney: El Jorobado de Notredame, verdaderamente existió? Monsieur Trajin, conocido como "Monsieur Le Bossu" (el señor jorobado) fue un escultor que le fue encomendada la labor de liderar las cuadrillas que restaurarían las esculturas destruidas de la fachada de la Catedral del Notredame, luego de la muerte de Luis XVI. Lo curioso es que el pueblo en la revolución francesa confundió personajes del Antiguo Testamento con monarcas franceses del pasado y las arrancaron y las destruyeron sin misericordia. Lo que se sabe de Monsieur Le Bossu es que no se mezclaba con otros talladores, era un hombre solitario. Yo me lo imagino con sus cinceles trabajando sin descanso en sus esculturas, preguntándose incesantemente, en la naturaleza divina de ese personaje bíblico que en sus manos quedaría representado para la eternidad. A pesar de su deformidad alzaba su mirada del piso a su obra, y de sus manos se transformaba el mármol inánime en arte, en belleza, en suavidad, en un ser casi mitológico.

Mientras el jorobado esculpía en solitario, los bailarines se deslizaban sobre los escenarios de madera en una conversación inaudible. La música los invitaba a expresar en movimiento. Sus cuerpos esbeltos y agraciados se movían con delicadeza y control.  Hubo un silencio en la música, y ellos se detienen, erguidos se miran el uno al otro con sus cuellos estirados, su barbilla mirando al infinito, y sus  brazos estirados con su dedo índice señalándose el uno al otro. Ya sienten que empieza de nuevo la danza. Y ellos se sumergen en esa apertura, en la confianza que el otro es una extensión suya, es el preludio del contacto, de la unión.  Y se da el primer paso, se acercan se toman de la mano, y dan ese giro en el aire. La gravedad es inexistente ante la expresión del cuerpo humano gimiendo libertad.  El cuerpo expresando el caudal de esa música que llevamos dentro. 

Es así como a cada uno de nosotros hemos tenido una experiencia vital única. Unos nos parecemos más al jorobado que otros. Mi mamá cuando estaba adolescente me decía "¡Enderézate!". Imagínense la joroba que construí. Yo miraba para el suelo y no miraba al infinito, yo no comprendía en ese entonces, que podía caminar abriendo el corazón a los demás, si no por el contrario, agobiada por mis contradicciones me interné en mi mundo, buscando ese sentido que resultaba escurridizo.  Esa fue la forma que yo encontré para comprender mi unicidad. Toda una Madame Bossu venciendo sus inseguridades y miedos. No siendo eso suficiente, decidí salir de mi aislamiento y me dediqué a viajar y a buscar afuera lo que tenía adentro. Entonces me fui al otro extremo. 

El viaje es el movimiento hacia el equilibrio. El más difícil de hallar. La balanza a veces se nos devuelve y el esfuerzo es el triple. Todos los días luchamos con nuestra mente que nos da mensajes encontrados y nos invita a abandonar la búsqueda. Independiente de nuestras historias, experiencias, tristezas o culpas, cada uno de nosotros debe ir detrás de conocerse a si mismo, para poder así dejar atrás todo aquello que nos ralentiza, que nos detiene, que hace que perdamos la orientación.  La danza de esta vida se compone de tomar consciencia y comprender que somos los escultores de nuestro viaje. Podemos optar por soltar todo y dejarnos llevar por lo que nos dice el corazón, y hacer caso omiso del monólogo que se reproduce sin parar en nuestro interior.  Podemos decidir cambiar nuestra postura, decidir dejar de mirar al piso y por el contrario, levantar nuestra mirada hacia el infinito, hacia la profundidad que escondemos, y que es necesario que vea la luz del sol.  Dancemos en la aceptación de nuestras vidas, y démonos el permiso de ser lo que somos, con la desnudez propia que enfrenta el artista en su proceso creativo.  Amemos las enseñanzas de las jorobas, y abracemos con la alegría la nueva postura con la que enfrentemos la vida. Ya Madame Bossu queda en el pasado, hoy miro este día como un regalo milagroso que me permite abrir mi corazón a fluir, como una buena bailarina al son de la melodía que solo yo escucho, pero que me permite levantar mi brazo, y dar ese giro en el aire. El desafío es vivir el amor, trabajar incansablemente, y aspirar a la libertad de ser nuestras propias obras de arte. 






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