domingo, 25 de octubre de 2020

De arqueros y dibujantes

No importa si el mundo te ignora, no importa si el mundo te insulta, no importa si el mundo te separa, no importa si el mundo señala, no importa si el mundo te agrede. Importa si por lo que te ignora el mundo, trasciende. Importa si por lo que te insulta el mundo ama. Importa si por lo que te separa el mundo une. Importa si por lo que te agrede el mundo reconcilia. 

Vivimos en la Torre de Babel. Lo que decimos se malinterpreta. Vivimos con tanto ruido en nuestras mentes y vivimos tan a la carrera, que mientras el otro habla, estamos pensando cómo debatirle su idea o simplemente no le escuchamos. Luego se vuelve un juego de egos. El ganador es aquel que se doblega al otro y cree falsamente ser portador de la verdad. Nuestras acciones o palabras son pasadas por un tamiz, el prejuicio. Y de ahí se construye la epopeya que sustentará la argumentación que nos hará ganar el juego. Nunca pensamos si tenemos la información completa que apalancó una decisión determinada por parte del interlocutor. Lo que creemos escuchar lo encajamos perfectamente como un lego en el espacio de nuestros preconceptos. Así todo queda de maravilla, lo que era una casa de una planta se convierte en un edificio. Por lo tanto al tener mas "aire" como dicen por ahí, todo queda ilusoriamente validado, y le permite al susodicho lanzar un aplastante juicio que puede cambiar el curso de nuestras vidas. La distancia que se crea entre la realidad y la percepción es abrumadora.  Nos convertimos en jueces versados en las leyes de la injustica, sin declararnos impedidos por estar inmersos en un flagrante conflicto de interés. 

Hoy vale hacer toda la conjugación del verbo criticar. Me critico, te critico, se critica, nos criticamos, os criticasteis, se critican. ¿Qué obtenemos haciéndolo? Somos tan ciegos y a la vez tan severos que  a pesar de ignorar sistemáticamente el efecto de nuestras palabras en el caminar del otro,  continuamos impartiendo justicia. Y somos tan inconscientes que pasamos por alto que esa palabra dirigida como flecha al cordero, es un boomerang. El arma dirigida al otro termina devolviéndose con toda determinación e igual letalidad al arquero. 

Que nuestras palabras no hieran, que nuestras palabras no invaliden, que nuestras palabras no rompan, que nuestras palabras no maten. Que nuestros sueños se mantengan intactos a pesar de un no, que nuestra esperanza se edifique más fuerte a pesar de puertas cerradas en nuestras narices, que nuestra decisión de intentar no sea enterrada por el golpe certero de la almádana. Que la severidad se convierta en perseverancia por lograr eso que tanto anhelamos.  Que la casa con aire creada por los demás no sea tenida en cuenta, siempre que apostemos como Escalona, a hacer una casa en el aire solamente pa' que vivas tu.

Que nuestra voz no se esconda. Que nuestras palabras no se disfracen para satisfacer la percepción del otro. Que nuestras palabras no sean cinceles que esculpan una escultura inánime. Que nuestras palabras no nos confinen a una isla inhabitada, y como un naufrago los días se pasen pensando en cómo regresar. Que la vida no se nos pase esperando el avión como Tattoo de la Isla de Fantasía. Mickey Mouse nace porque Walt Disney no renunció a hacer sus caricaturas mientras servía como conductor de ambulancia para la Cruz Roja en la Segunda Guerra Mundial, porque siguió insistiendo a pesar de despidos y quiebras, porque decidió experimentar con la técnica de animación en su casa, porque nunca se dio por vencido. 

No importa si el mundo te ignora, no importa si el mundo te insulta, no importa si el mundo te separa, no importa si el mundo señala, no importa si el mundo te agrede. Importa si por lo que te ignora el mundo trasciende. Importa si por lo que te insulta el mundo ama. Importa si por lo que te separa el mundo une. Importa si por lo que te agrede el mundo reconcilia. 






 

domingo, 18 de octubre de 2020

Eclosión

El sol sigue haciéndonos su despliegue de belleza, los arreboles nos quitan la respiración al verlos. Los ciclos de la naturaleza siguen su curso, y no han sido interrumpidos,como tantas cosas, por la pandemia. El otoño llegó para algunos, la primavera para otros, los días se acortan o se alargan a la espera de los solsticios. La hormiga arriera trabaja incasable por cargar una hoja y llevarla a su casa. Las corrientes marinas hacen sus trazos y marcan el ritmo de la travesía de los cardúmenes. Los vientos se arremolinan, se calman, se elevan, nos refrescan, nos avisan, nos recuerdan. La pequeña hoja que nace de un abedul, le permite a un escarabajo resguardarse del clima. Todo se mueve, todo sigue su ritmo, todo tiene su tiempo. Hasta la quietud se mueve dentro de nosotros, y nosotros nos transformamos dentro de ella. Y la lluvia, cómo olvidarla, ella con su magia se lo lleva todo, y permite que después de una temible tormenta eléctrica, todo refulja. ¿Cómo no agradecer cada día y su movimiento? 

Llevamos casi 7 meses de un hecho que estremeció nuestras rutinas. Yo sigo viendo esos movimientos de la naturaleza desde mi balcón. Sentada en un banquito, veo a lo lejos las montañas que resguardan el valle en donde vivo, observo las golondrinas jugar plenas en la mañana, a las avionetas creerse golondrinas, el sonido de un estornudo incontenible de un vecino que se mezcla con la alaraca de los motores de la avioneta. Veo las nubes amontonarse a lo lejos, como hinchas en un estadio de fútbol a la espera del cotejo, luego las veo dispersarse súbitamente como resultado de una estampida en el escenario deportivo. Mi gato repite una y otra vez su rutina de dormilón consumado que alterna con sus ansiados paseos a su coca de comida. Las historias de nacimientos, muertes, enfermedades, recuperaciones milagrosas, de sonrisas y llantos, de desasosiegos y de esperanzas. De todo como en botica se presenta en este teatro.  

En ese movimiento perenne, nosotros nos apegamos al statu quo. Nos creemos la idea de que podemos reversar, sostener o imponer nuestro deseo frente a los vaivenes del devenir. Somos los artífices de suposiciones infundadas y sobre esto construimos el imperio de nuestras existencias. Ustedes podrán pensar que la ola ni siquiera se imaginaría que que moriría al llegar a la orilla, o que a la nube juguetona la tomaría por sorpresa desgarrarse cuando terminase de cargar. La ola no muere, su contorno lo marcará siempre esa frontera de burbujas que se duermen en la tierra, y la nube siempre existirá en la plantita que nace de la semilla en eclosión. ¿Por qué insistimos en ignorar aquello que conocemos?

Cuando desde la ventana se observa el movimiento de lo que nos rodea, nos obliga a pensar que este también se refleja en nuestros ritmos y ciclos. ¿ Se lo permitimos? O simplemente la incomodidad que nos suscita la imagen de lo que creemos ser, nos encarcela, y no nos permite dejarnos llevar al son de esa melodía que tanto resuena en nosotros.  Debemos trabajar de forma incansable para eclosionar.  Salir de las membranas que nos inmovilizan, de los juicios que nos paralizan, de las palabras que nos imposibilitan, de los pensamientos que nos arrodillan. ¿No creen que vale la pena ser Jacque Cousteau y surcar las profundidades de nuestros mares? En ese caso tenemos que ser como los delfines y las ballenas, que son felices tan solo por existir, tal como nos lo recuerda nuestro aclamado marino. Nos convertimos en el explorador y lo explorado, en lo conocido reconocido, en lo amado y protegido. 

Al salir de nuestro resguardo encontraremos que todo se mueve, pero disfrutaremos de esos cambios de estación, el miedo cederá el paso al asombro, el brote germinado se vestirá de gala, con la ayuda del sol se elevará, su tronco se ensanchará, su follaje se volverá tupido, y algún día florecerá. Con toda seguridad albergará nidos, acogerá insectos, será columpio para monos y trampolín para ardillas, y sin duda el pájaro carpintero se esmerará a marcar el ritmo de los días  y a hacer de su tronco una obra de arte. 

La eclosión se da cuando le damos calor a nuestra alma, cuando como buen guionista desentrañamos a los personajes de la obra, cuando buscamos hacer el bien, cuando nos examinamos y decidimos apostar por los movimientos que transforman nuestra vida y la de otros, cuando apostamos por evolucionar, por crecer, por dejar la seguridad de la casa materna, y aceptamos que la vida y sus aparentes encrucijadas son tan solo pretextos, para robustecer nuestra determinación a la búsqueda de esa plenitud que todos en los profundo anhelamos.

Y como diría Sócrates a sus atenienses, en su apología antes de ser sentenciado a muerte: 

".. Toda mi ocupación es trabajar para persuadiros, jóvenes y viejos, que antes que el cuidado del cuerpo y de las riquezas, antes que cualquier otro cuidado, es el del alma y de su perfeccionamiento; porque no me canso de deciros que la virtud no viene de las riquezas, sino por el contrario , que las riquezas vienen de la virtud, y que es de aquí de donde nacen todos los demás bienes públicos y particulares."