martes, 12 de mayo de 2020

Día 54: La algarabía

Mientras algunos pueden salir a caminar a las 5:00 a.m., otros se levantan a ganarse el pan de cada día. Este no es mi caso. No sé como han vivido ustedes esta supuesta reactivación pero cerca de mi casa el ruido ha aumentado gracias a la construcción de un edificio a una cuadra del apartamento, se oye a medianoche los ruidos de sirenas, los gritos de los trabajadores, es una algarabía frenética.  Durante el día es otro cantar, literalmente, han incrementado las personas que vienen vendiendo aguacates, y otras verduras, con lo que no tengo ningún problema. Pero me llamó la atención antier tres venezolanos con micrófonos, diciendo que su arrendador les había quitado los papeles porque no habían podido pagar el arriendo, por lo tanto no podían trabajar. Gritaban que les dieran lentejas o arroz para sus hijos, que no les quedaba otra alternativa. He de decirles que pensé varias cosas no muy papistas, la primera es que vale más el micrófono que la libra de arroz o lentejas. ¿Será que la nueva extorsión es la manipulación de nuestra compasión? La segunda, es que cuestioné el criterio de selección de las cuadras a donde exponen su tragedia, me parece que son actos intencionados y premeditados. La tercera, me parece que so pena de una supuesta humillación te manipulan para que te de pesar. ¡La cuarta, es callénlos pensé! Me acordé de la banda de venezolanos que recorre las calles de Barranquilla, con las mismas canciones, en busca de billete. ¡El mismo sonsonete desafinado día tras día!  Cambiando de tema, les cuento que la reactivación ha tenido como efecto la presencia de otro tipos de ruidos en la comarca, ayer escuché un hombre gritándole una sarta de vulgaridades a alguien en su hogar, supone uno, que es su mujer por el contexto. De los balcones todos asomados, aterrados ante un espectáculo tan soez y a la vez tan indignante. ¿En serio, golpes?

Para mi desde mi balcón, sin haber salido a la calle en más de dos meses, es muy evidente cómo dejamos de respetar al otro, gritándole vulgaridades, irrumpiendo su tranquilidad con gritos heridos de piedad disfrazada de chantaje, o al construir un edificio en la noche cuando las demás personas duermen, sin importar su descanso.

Algunos podrían pensar que nos está dando a las poblaciones vulnerables el "Síndrome de la Cabaña", es decir que nos da mucho miedo salir a la calle después de haber estado en casa, sanos y salvos. Yo no soy sicóloga para decirlo. Pero la verdad es que yo si siento aprehensión en salir cuando nada más, la semana pasada bajé a la portería a que me pusieran la droga y encontré a dos personas sin tapabocas. No lo podía creer. ¡Somos tan egoístas!

Cómo olvidamos de fácil nuestra regla de oro. No hacer al otro lo que no quieran que te hagan a ti. La primera versión de esta regla está en texto egipcio llamado Historia del Campesino Elocuente  es una obra literaria del Antiguo Egipto datada 1970-1640 A.C. De ahí en adelante, todas las tradiciones filosóficas y religiosas la han situado como una regla fundamental de nuestro comportamiento. Para el budismo, zoroastrismo, taoísmo, confucionismo, judaísmo, islamismo, y para el cristianismo. Hay un hermoso hadiz islámico que dice: "ninguno de vosotros habrá de completar su fe hasta que quiera para su hermano lo que quiere para si mismo". No son ellos mismos los que han disputado por siglos con los Judíos por el control del monte santo en  Jerusalén. ¿"Lo que es odioso para ti, no se lo hagas al prójimo", no es la norma de los Judíos?

Vivimos teniendo estos principios morales alejados de nuestra vida diaria. Los olvidamos, los enterramos, los acomodamos para adaptarlos a nuestros intereses mundanos.  Los líderes de la diferentes religiones lo repiten una y otra vez, y a nosotros nos parece un cuento viejo y mal echado. Nosotros vivimos tan sumidos en nuestros mundos, que olvidamos al otro, dentro de esta ecuación. Una palabra, un pensamiento, un acción puede cambiarnos nuestra vida, y se la podemos cambiar al otro. No podemos esperar que el otro cambie. Solo está en nuestra manos, tomar la batuta, de que cada acción que hagamos, tenga como principio el amor. Amar es una decisión sin distinción.
¡Cuidémonos todos!


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