En la vida, como en la música, todo
tiene su ritmo. ¡Como diría mi profe de cello es "
im-pe-ra-ti-vo!" Si me como el tiempo de una blanca, o de una negra, la conversación
se altera, la armonía se destruye. Cada instrumento tiene una voz, y si la voz
no se interpreta debidamente, la belleza que se persigue se aleja. A mí por
ejemplo, me da un afán terrible salir de las notas largas, dejo de sentir la profundidad
de esa nota por estar pensando en lo que viene. Y ni les digo cuando se
me da por acomodar el ritmo en función de si me parece fácil o difícil un
pasaje. ¡Valiente gracia! El ritmo tiene una mezcla de oído, de
intuición, y de mucha presencia. Cada nota tiene una duración, cada nota tiene
un momento de hacerse visible, de manifestarse, de ser, de extinguirse. Lo
cierto es que a pesar de que el silencio se abra paso, su presencia no sólo
transformó lo narrado si no también al alma de quien la escucha.
Han visto ustedes, por ejemplo, a
los pescadores al amanecer recoger sus atarrayas. Sus lanchas las balancea la
corriente. Sus compañeros los pelicanos se posan en el casco de la embarcación
a acompañarlos siempre expectantes, de que un buen trozo de pescado caiga en
sus gaznates. Son largos minutos en silencio. El vaivén de la fuerza del mar se
siente con el embate de las olas despertándose, el sol hace su tránsito, el
sonido del agua reventando contra la lancha se mezcla con el sonido de la nasa
deslizándose. Los pescadores sostienen la relinga superior de las redes a la
espera del momento perfecto. De la quietud a la acción. Se recoge la pesca con
esfuerzo, un pescador se tira al agua a ayudarle al otro a alivianar el peso de
la carga. La resistencia que sienten los pescadores es vencida por la ilusión
de llevar el pan de cada día a sus hogares. Pero una vez, en la superficie, al
interior de esa atarraya es frenesí, los peces bailan champeta, y son las
contorsiones de su cuerpo que marcan el ritmo de su rito de despedida. Es
el vaivén de la quietud al movimiento, y del movimiento a la quietud.
Si la vida es como la música, un
arte en el tiempo, ¿Cómo encontrar ese pulso divino en este tic tac humano? ¿Cómo
ser equilibrio entre sonido y silencio, entre quietud y movimiento? ¿Cuál va a
ser la ilusión que venza la resistencia de la carga que llevamos? ¿Cuál será la
nota que se eleve de nuestro interior hoy?
Cada día que se nos da de vida, se
nos da la oportunidad o de dejarnos llevar por la respiración incesante de
nuestra existencia, o de resistirnos a los ciclos, a los cambios, a los
aprendizajes. ¿Cuál opción escogemos?
A pesar de la dificultad que
implique, yo opto por escuchar ese pulso en mi corazón. Por apostarle a la
magia de la polifonía. Que mi existencia se deslice al son de ese pulso,
trabajando a buscar dentro de mí, esas notas que hagan refulgir la paz y la
luz, en contraposición al afán y a la oscuridad. Yo opto por ser
ese instrumento que interprete la obra asignada respetando cada signo marcado
por el compositor en la partitura.
¡Hoy es el momento: para detenerse y
pensar, para sentir, para soltar, para amar, para perdonar, para actuar!
Recordando al Eclesiastés:
"Todo tiene su momento
oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:
un tiempo para nacer,
y un tiempo para
morir;
un tiempo para plantar,
y un tiempo para
cosechar;
un tiempo para matar,
y un tiempo para
sanar;
un tiempo para destruir,
y un tiempo para
construir;
un tiempo para llorar,
y un tiempo para reír;
un tiempo para estar de luto,
y un tiempo para
saltar de gusto;
un tiempo para esparcir
piedras,
y un tiempo para
recogerlas;
un tiempo para abrazarse,
y un tiempo para
despedirse;
un tiempo para intentar,
y un tiempo para
desistir;
un tiempo para guardar,
y un tiempo para
desechar;
un tiempo para rasgar,
y un tiempo para
coser;
un tiempo para callar,
y un tiempo para
hablar;
un tiempo para amar,
y un tiempo para
odiar;
un tiempo para la guerra,
y un tiempo para la
paz."