Para los griegos originariamente y, luego para los romanos se conoce como apoteosis la ceremonia en la que elevaban a cualquier persona virtuosa a estátus de héroe o Dios. En este mundo, como estamos locos lucas, hacemos de la apoteosis un partido de fútbol, en vez de considerar, la búsqueda de las personas atrapadas por el edificio desplomado una ceremonia digna de esta denominación, si se considera el esfuerzo titánico y el riesgo que cada uno de esos hombres y mujeres corren por tratar buscar con vida a 159 personas.
Tal vez si nos quedamos atrapados en la semántica consideraríamos la apoteósis como el desenlace con tinte de espectacularidad de una obra de teatro. Necesitaremos la pericia de un guionista para saber si el guión tenía una estructura clásica donde los planteamientos narrativos tienen una respuesta. O si por el contrario, la estructura es no clásica y el desenlace que se nos presenta es abierto, es infinito, está por hacerse. ¿En dónde radica lo magistral de un desenlace que lo reviste de espectacularidad? ¿Será el nivel de aplausos?
¡Como de eso no sabemos mejor, zapatero a tus zapatos!
Si lo mejor es que me dedique a hablar de mi vida, en vez de ponerme a hacer elucubraciones del virtuosismo de los futbolistas artistas de reggaeton o actores de telenovelas. Si tamizamos con un buen cedazo el tedio de nuestras vidas, podemos apostar como dice la biblia a "Dios rogando y con el mazo dando", que nuestra vida sea una apoteosis. Nunca es tarde para embarcarnos en ese emprendimiento. Para que se convierta en la motivación misma de la vida, el deificarse.
Eso me lo enseñó mi tía Martica, la "tita", quien me mostró que aunque la arena del reloj se escurra entre los dedos de las manos, y las opciones se condensen: se puede amar, se puede servir, se puede perdonar, se puede ser humilde, se puede ser valiente, se puede confiar, se puede entregar, se puede dignifcar la vida y la muerte. Se puede brillar como el oro o la plata cuando un pañito se le pasa, a pesar de lo que pueda doler. En esta trama el cuerpo y sus batallas son la escuela perfecta para domar el potro descarriado que todos llevamos dentro. Y hacer que como un buen deportista nos esforcemos en la recta final para llegar a la meta con laureles. En esa meta las tramas entre el cuerpo y el espíritu se separan.Pero esa maratón que llamamos vida valió la pena si apostamos porque la estructura de esa obra teatral no sea clásica, donde el desenlace sea simplemente infinito. La tita nos enseñó que la palabra dicha no se olvida, que el amor no se borra, que no hay más tiempo si no para darnos a la tarea titánica de hacer de nuestra vida apoteosis, porque con su ejemplo nos demostró que: SÍ se puede.
¡Salud por su vida, por cada segundo de la nuestra, y por cada uno de ustedes!
Les comparto este video para que disfruten.
https://www.youtube.com/watch?v=BIQ2D6AIys8