domingo, 6 de diciembre de 2020

Entre zánganos y perfumes

Las abejas se arremolinan alrededor de las flores del jardín. Sin tapujos rompen los esquemas y dibujan sus viajes en el viento, en la supuesta invisibilidad del aire.  En medio del jolgorio se desgaja un aguacero que las hace salir despavoridas a resguardarse de tal violento encuentro, baten sus alas sin resistencia y buscan con seguridad el camino más corto para llegar a la colmena, donde podrán calentar sus cuerpos y podrán quitarse la ropa húmeda. Ellas no miran para atrás , no hay tiempo que perder, se enfocan en llegar a su anhelado refugio.

¡Tanto tenemos que aprender de las abejas! Ellas saben hacia dónde se tienen que dirigir, saben cuál es su rol y aporte a su sociedad, cumplen su cometido sin "peros". Ellas no conocen su ignorancia, ni anhelan ser la reina porque solo hay una.  Son zánganos u obreras, aún así pasan por alto el impacto de su dedicado esfuerzo y ni se les pasa por la cabeza que le dan alimento a tantos. Nosotros que nos creemos una especie superior deberíamos observar a ese combito de bichitos vestidos con un enterizo amarillo de rayas negras, que zumban y zumban, y ofrecen la mismísima vida por asegurar la supervivencia de sus familiares y amigos.  

Que si el huracán de Providencia, que si las casas quemadas de Cartagena, que si la inundación por las lluvias, que si el virus llego a tu comunidad, que si los refugiados huyen de sus hogares en busca de seguridad y sustento para sus hijos, que si los desplazados de la violencia empiezan de nuevo, que si las víctimas son héroes o villanos. ¿Y nosotros qué hacemos?

Nosotros hemos olvidado que vivimos en comunidad. Falsamente, creemos que nuestra supervivencia depende de lo que atesoremos, así eso implique hasta la muerte de otro ser humano. Omitimos de forma sistemática la necesidad del otro, solo perseguimos nuestro bienestar. ¿Y será que  lo que buscamos como bienestar, es lo que en el largo plazo nos lo dará?  Vivimos perdidos, todos nos consideramos obreros cuando somo zánganos, algunos se resisten a su realidad de zángano para volverse el rey o la reina. No ejecutamos nuestras labores por estar hurgando en nuestras memorias, pidiendo perdón o pidiendo permiso. Rompemos el equilibrio de la colmena porque no respetamos las leyes universales del dar y del recibir.  Somos obtusos al no comprender que el foco de nuestra vida trasciende, como las abejas, las fronteras de la colmena. Utilizamos nuestros aguijones para hacer doler al otro, en vez de dar nuestra vida por el otro. Desconocemos que tenemos que buscar la flor mas dulce y excelsa, esa que nos alimenta el cuerpo y el alma. 

¡Qué maravilloso es que nadie necesite esperar ni un solo momento antes de comenzar a mejorar el mundo! Anne Frank







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