lunes, 16 de noviembre de 2020

La atarraya

Ella observa a través de una vidriera a su mamá fallecer por Covid. Él ve cómo en una prueba de embarazo que se practicó su señora se pinta la palabra "Embarazada", se acobarda al pensar que ahora tendrá más responsabilidad. Ella suspira al celebrar la vida, advirtiendo el paso del tiempo al cumplir un año de un trasplante de médula,y  poder celebrar con una torta roja la hemoglobina que hoy su cuerpo produce. Ella se persigna dándole gracias a Dios por haber  encontrado la casita en el campo  en la que tanto soñaba vivir. Ella celebra sus 78 años bailando en la calle al ritmo de Carmen de Bolívar al mejor estilo de una banda de venezolanos, vino, el abrazo de su perro y su hijo, una sonrisa...que más se puede pedir. Ella lucha con rehacer su vida luego de una separación. Él trata de quitar el lodazal de enfrente de su casa, mientras se repone, porque la tormenta dejó inservible todos sus muebles y enseres. Ella se monta por primera vez en una bicicleta, con la ayuda de su hermano, luego de la amputación de una de  sus piernas.

Desde el 1103 observo como este entramado de eventos se desenvuelve. Mientras los unos bailan, los otros lloran; mientras los unos conciben una vida los otros luchan por su vida; mientras los unos hacen sus sueños realidad, los otros hacen de su realidad un sueño. Ni el más digno guionista pudiera incorporar en una sola composición tantas líneas narrativas sin ningún sobresalto ni gazapo. La belleza no solo está en la cantidad de las líneas narrativas sino en que, como una atarraya que se lanza al voleo, las historias se unen, y anudadas las unas a las otras, sostienen y soportan más allá de su propio peso. Pueden pescar, pueden dar alimento, pueden resguardar, pueden quedarse suspendidas en el agua al vaivén de las corrientes del amanecer. El pescador nunca suelta la atarraya. La fuerza de la atarraya está en su tejido. El pescador es el testigo de la magia de la atarraya, y es a la vez el artífice de su baile, de su arrullo, de su silencio.

Cada una de esas historias me han tocado de una u otra forma en las últimas semanas. En mi atarraya ellas se tejen. En tu atarraya ellas se trenzan.  Tu historia me hace, me nace. Mi historia , te mece, te crece. ¿ No es este el sentido de nuestra existencia?

Hay miradas que se esculpen para siempre en la memoria por su fuerza anímica, hay otras que se añoran sin atisbo de regreso. Hay que miradas que rompen el silencio con su tonada. Hay miradas que brotan y sinceran hasta al más mentiroso. Hay miradas que dan la bienvenida, que llaman a la puerta, que juegan, que conquistan, que con picardía, derriban barricadas. Hay miradas que son oasis, hay miradas que son una bayoneta, hay miradas que son almíbar, hay miradas que son aciagas. Hay miradas que imploran compasión, hay otrasque, por el contrario, se acorazan de orgullo. Hay miradas que se inundan en desesperanza y otras que son como el amanecer soleado después del paso de la tormenta. Aquí recuerdo la rima XXIII de Becquer, que escuchaba con frecuencia en mi niñez, que dice: 

"Por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso… ¡yo no sé
qué te diera por un beso!