La incertidumbre ha sido una constante para todos los seres que habitamos este planeta, para esos primeros cazadores, deambular sin descanso hasta encontrar alimento. Para una especie de ave en Borneo, que construye durante toda su vida unas estructuras elaboradísimas con palitos y ramitas, en busca de cortejar a la tan añorada hembra. Los árboles frutales esperan, sin remedio batallando en la intemperie, al que el Fenómeno del Niño, se acabe y lleguen las primeras lluvias para revestir su follaje de colores, aromas y sabores. Un joven, hoy , espera si es merecedor de la beca para financiar sus estudios, y si no es tan aventajado, tan sólo, espera si lo van a admitir al alma mater. La reina de belleza, que ayer salió en las noticias, se debate en saber cómo será su vida después de la amputación de su pie.
La vida está llena de esas preguntas, que no creo sean incógnitas. Nos creemos dioses, como nuestros antecesores, y creemos de forma soberbia, tener la respuesta. Elaboramos escenarios en nuestras mentes, basándonos en ilusiones, o en supuestos improbables, y como guionistas de una película definimos qué debiera hacer parte de la trama y qué no. Cuando los posibles escenarios, son muy disimiles, y los posibles caminos perpendiculares, dejamos de ver la vida como un espiral, y nos sumergimos en el caos, por anticiparnos a cómo hemos de vivir ante tal variabilidad, o si seremos capaces de subir la pendiente del camino predeterminado. Se nos olvida, en nuestra pequeñez, que hay un narrador omnisciente: que lo sabe todo, que lo explica todo, que se puede identificar con el autor, que permite los saltos en el tiempo y en el espacio, y que aporta credibilidad. ¿Por qué pretendemos actuar como éste, sin ser omniscientes? Nos creemos dioses, creemos que Dios es como nosotros.
Los místicos han buscando tener un atisbo de lo inenarrable, de lo intocable, de lo inimaginable, de lo atemporal, de lo inmaterial. Ellos buscaban sin cesar la transcendencia, partiendo de la aceptación de su precaria naturaleza, del camino. Ellos buscaban sin cesar la trascendencia, resignificando cada momento de la vida como esas condiciones perfectas, por mas dolorosas que fueran, para afinar su voluntad, refinar su entrega, e interpretar majestuosamente su instrumento de amor.
Abandonemos, nuestra profesión de guionistas, de narradores omniscientes, de ignorantes. Busquemos el reino de Dios y todo se nos dará por añadidura. No nos inquietemos por el mañana, disipemos el helor del miedo y de la incertidumbre, con la llama de amor vivo que enciende y libera el recinto por ocupar.
Amen
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