domingo, 14 de junio de 2020

Día 84: De cavernas y recintos

Se imaginan un hombre en la Edad de Piedra, comunicándose a través del uso de monosílabos, refugiándose en cuevas, y en sus profundidades, uniéndose con otros, para expresarse, con tinturas naturales, haciendo dibujos del hombre-bisón en las paredes, en donde el potencial creativo se plasmaba en cada ápice de piedra esculpida o coloreada. El animal como una deidad.  El hombre desde la prehistoria, se hace protagonista de una realidad que trasciende su universo, y valida su existencia. Algunos deterministas pensarían que ese plano incognoscible pero intuible llegó con la escritura, pero no fue así. Es más, hemos creído por muchos años que el hombre dejó de merodear, dejó atrás sus años de cazadores y recolectores, y se asentó en lugares,  para domesticar animales y para cultivar su alimento. Les cuento que es completamente falaz este argumento. Hay vasta evidencia, que los seres humanos experimentaron con la agricultura primero, en lugares de experiencia religiosa o "templos". El hombre buscó controlar y manipular la naturaleza, para sacar provecho de la misma. El hombre hace una transición cognitiva para pensar, que podemos ser los dioses de la naturaleza. Lo divino concebido desde lo humano, como lo humano.  El hombre al describir a Dios, se describe a si mismo en términos divinos.  Hay un libro fascinante de Reza Aslan, el mismo autor de El Zelote, llamado "Dios, una historia humana" donde nos lleva de la mano desde la prehistoria hasta la consolidación de las principales religiones monoteístas, mostrándonos esa visión antropocéntrica del principio vital.

La incertidumbre ha sido una constante para todos los seres que habitamos este planeta, para esos primeros cazadores, deambular sin descanso hasta encontrar alimento. Para una especie de ave en Borneo, que construye durante toda su vida unas estructuras elaboradísimas con palitos y ramitas, en busca de cortejar a la tan añorada hembra. Los árboles frutales esperan, sin remedio batallando en la intemperie, al que el Fenómeno del Niño, se acabe y lleguen las primeras lluvias para revestir su follaje de colores, aromas y sabores. Un joven, hoy , espera si es merecedor de la beca para financiar sus estudios, y si no es tan aventajado,  tan sólo, espera si lo van a admitir al alma mater. La reina de belleza, que ayer salió en las noticias, se debate en saber cómo será su vida después de la amputación de su pie.   

La vida está llena de esas preguntas, que no creo sean incógnitas. Nos creemos dioses, como nuestros antecesores, y creemos de forma soberbia, tener la respuesta. Elaboramos escenarios en nuestras mentes, basándonos en ilusiones, o en supuestos improbables, y como guionistas de una película definimos qué debiera hacer parte de la trama y qué no. Cuando los posibles escenarios, son muy disimiles, y los posibles caminos perpendiculares, dejamos de ver la vida como un espiral, y nos sumergimos en el caos, por anticiparnos a cómo hemos de vivir ante tal variabilidad, o si seremos capaces de subir la pendiente del camino predeterminado. Se nos olvida, en nuestra pequeñez, que hay un narrador omnisciente: que lo sabe todo, que lo explica todo, que se puede identificar con el autor, que permite los saltos en el tiempo y en el espacio, y que aporta credibilidad. ¿Por qué pretendemos actuar como éste, sin ser omniscientes? Nos creemos dioses, creemos que Dios es como nosotros. 

Los místicos han buscando tener un atisbo de lo inenarrable, de lo intocable, de lo inimaginable, de lo atemporal, de lo inmaterial. Ellos buscaban sin cesar la transcendencia, partiendo de la aceptación de su precaria naturaleza, del camino. Ellos buscaban sin cesar la trascendencia, resignificando cada momento de la vida como esas condiciones perfectas, por mas dolorosas que fueran, para afinar su voluntad,  refinar su entrega, e interpretar majestuosamente su instrumento de amor.

Abandonemos, nuestra profesión de guionistas, de narradores omniscientes, de ignorantes. Busquemos el reino de Dios y todo se nos dará por añadidura. No nos inquietemos por el mañana, disipemos el helor del miedo y de la incertidumbre, con la llama de amor vivo que enciende y libera el recinto por ocupar. 








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